Somos el producto de nuestra educación
Somos el producto de nuestra educación.
No nos educan para trabajar en equipo ni para el logro de objetivos colectivos.
Nos educan en la competencia para competir.
¿Quién saca mejores calificaciones? ¿Quién sabe más? ¿Quién va a tener mejores estudios para obtener un mejor puesto laboral en su adultez y ganar mas dinero?
Esa competencia la trasladamos en nuestra madurez a todos los aspectos de nuestra vida. ¿Podemos echarle entonces la culpa a un político o a un empresario o al vecino de aquellas actitudes egoístas que nos terminan perjudicando?
Si en definitiva estamos siendo el fiel reflejo de nuestra educación. Competir para superar al otro, para obtener la mejor tajada. Ganar. Ganar. Ganar.
¿Y que tal si nos educasen para obtener resultados grupales, para funcionar como un todo poniendo cada uno de nosotros lo mejor de nuestra individualidad al servicio de un objetivo común, al servicio de la común-unidad de nuestra gente? Así como trabajan los órganos de nuestro cuerpo humano.
Cada célula dando lo mejor de sí para que funcionen todos y cada uno de nuestros órganos, y nuestros órganos dando lo mejor de si para que funcione la totalidad del cuerpo físico.
Somos el producto de nuestra educación.
La política nos invita todo el tiempo a la guerra, a la batalla, a pelear con el otro. ¿No te parece? Pensemos cuáles son los términos que se utilizan en política al momento de cualquier proceso electoral:
Campaña. Territorio. Partido. Batalla electoral. Contienda electoral. Contrincante. Derrotar al gobierno o a la posición. Militar. Militante. Propaganda.
¿Ahora? ¿Te das cuenta? Antes que oficialismos u oposiciones debemos elegir cambiar nuestro modo de observar y pensar la política, debemos cambiar el modo de educar cívicamente en nuestras escuelas. Cómo puede ser que un país pueda evolucionar, salir adelante si la política es una «guerra» y no un espacio donde fluyan las ideas para que cada ser humano aporte lo mejor de sí?
Somos el producto de nuestra educación.
Nos educan para consumir, para comprar y luego desechar sin hacernos preguntas. Jamás nos informan de donde sale lo que compramos, que contiene ni cuál fue el proceso de producción para obtener aquello que estamos consumiendo. ¿Cuánta agua se utilizó? ¿Cuánto tiempo tardarán en degradarse los desechos de dicho producto? ¿Se utilizaron sustancias tóxicas en el proceso de producción? ¿Qué efectos metabólicos produce consumir aquello que compramos en nuestro organismo?
Luego las consecuencias. Ríos y mares contaminados, enfermedades evitables, cambio climático, millones de hectáreas ardiendo, millones de animales y vegetales muertos.
Cultivar nuestros propios alimentos, reciclar desechos para volverlos a reinsertar en la cadena de consumo y que no terminen contaminando la tierra, modificar nuestras dietas alimenticias, deberían ser todos ellos temas obligatorios de estudio en las escuelas del país.
Somos el producto de nuestra educación.
Nos educaron para pensar mucho y sentir poco, nos educaron mucho en tecnología y poco en vínculos. Sabemos manejar de modo experto las redes sociales y nos cuesta horrores comprender al otro en sus pensamientos, en sus sentimientos. Nos cuesta la empatía, nos cuesta el vínculo porque no nos educan para ello. ¿Acaso no somos una red de seres humanos donde todo el tiempo estamos interactuando con otros seres humanos?
Entonces, ¿no somos el producto de nuestra educación? Cambiar nuestra forma de ver las cosas, y modificar nuestro sistema educativo debería ser prioridad en esta nueva humanidad que despierta.
Seba Fernández. Noviembre 2020