Espiritualidad política para la evolución social
Hace tiempo vengo sosteniendo que quizás uno de los principales “déficit” de la política actual sea el de no integrar materia y espíritu en la construcción de las soluciones o respuestas a los conflictos sociales que se intentan resolver. Y cuando hago referencia al espíritu no estoy pensando en religión ni en un monje tibetano sentado en estado meditativo dentro de algún templo alejado del contacto con la sociedad. Cuando hablo de “lo espiritual” hago referencia a nuestra otra parte, a aquella que no observamos a simple vista, aquella parte no material donde se encuentran quizás las respuestas más profundas a nuestras preguntas más complejas, aquella parte que nos ayuda a crecer humanamente y a comprender el funcionamiento de nuestro interior, de las relaciones humanas, del planeta y del universo de manera holística.
Todos los seres humanos somos materia y espíritu, y si no logramos reconocer e integrar esas dos partes, seguramente todas aquellas decisiones que tomemos adolecerán del equilibrio fundamental, necesario para la comprensión y evolución de las ideas, tanto individual como colectivamente.
El crecimiento espiritual (individual) está definido como un proceso de evolución, que integralmente protagoniza el ser interior, pero que a la vez, tiene consecuencia sobre el desarrollo de todas las áreas de la vida que caracterizan a un ser humano, tal como puede ser el área profesional, el área educativa, el área social, etc.
Se crece espiritualmente, cuando una persona logra incorporar a todos los actos de su vida, valores como la tolerancia, la compasión, el desapego, la generosidad, el perdón, la discreción y todos aquellos valores que se hayan aprendido en cada etapa de la vida.
¿Y cómo crece espiritualmente una sociedad? Hoy quizás nos haga falta un conjunto de líderes políticos, no tan economistas ni estadistas, que si puedan comprender la “cuestión espiritual” y que nos ayuden a reflexionar desde un lugar más profundo nuestro camino como colectivo humano. La idea que nuestra sociedad comience a desarrollar un diálogo verdadero, responsable y abierto entre política y espiritualidad quizás nos ayude a encontrar aquellas respuestas y soluciones a los problemas sociales y económicos que durante siglos han sido los grandes conflictos a resolver por las sociedades modernas, los cuáles hemos intentado resolver a través de los distintos movimientos e ideologías políticas: igualdad, pobreza, crecimiento sustentable, etc.
Es por ello que la lucha por el «cambio social» que debemos encarnar junto a los nuevos liderazgos políticos no debe ser tanto una “lucha de poder” contra otros, sino que debería ser una lucha espiritual para transformarnos primero a nosotros mismos. “Se vos el cambio que quieres ver reflejado en el mundo” y “yo soy otro tú” deberían ser las frases de cabecera de nuestros nuevos liderazgos.
Por ello la política debería ser la más alta expresión de un ser humano luego de su evolución espiritual individual y no una construcción desde el ego sostenida por las carencias personales de cada individuo. Solo un ser humano que haya trabajado consigo mismo podría “gobernarse” primero a sí mismo y luego intentar «gobernar” de modo ecuánime al resto de la sociedad.
Un ser humano no desarrollado espiritualmente, egoísta, materialista, narcisista, etc. solo podría tomar decisiones públicas que reflejen dichas cualidades de su ser. Un ser humano ético, compasivo, bondadoso (desarrollado espiritualmente) solo tomaría decisiones en paz que tiendan a constituir una sociedad de iguales.
Entonces, ¿quién podría negar hoy la importancia de la espiritualidad en la política para lograr evolucionar definitivamente como sociedad?
Noviembre 2019. Seba Fernández.