Acerca del fanatismo
El fanatismo hiela nuestra capacidad de vincularnos. Torna árida nuestra sensibilidad. Nos regresa al recelo más arcaico y frustra nuestra creatividad. El fanatismo se nutre de miedo y restringe libertad.
El fanatismo no está en lo que decimos, sino en cómo lo decimos. No está en lo que hacemos, sino en cómo lo hacemos. No es un tema de opiniones, sino de cómo se opina. No se trata de qué se piensa, sino de cómo se piensa. No es un tema de ideas, sino de supuestos perceptivos.
Opiniones, pensamientos e ideas son importantes, incluso valiosos, pero secundarios. En cambio, la calidad de los supuestos inconscientes, la vibración de las creencias, resultan primarias y condicionan a nuestras opiniones, pensamientos e ideas.
El fanatismo no es propiedad de ningún clan, de ninguna tribu, de ninguna raza, de ninguna etnia, de ningún credo religioso, de ninguna ideología política. El fanatismo es una pesadilla del corazón de la humanidad.
El conflicto no es de ideas, sino de supuestos. No es de argumentos, sino de percepciones. No es ideológico, sino espiritual (o, en el más profundo sentido de la palabra, psíquico). El fanatismo atraviesa toda la experiencia humana del miedo. Es dote del conservador y del revolucionario. Del pragmático y del idealista.
El fanatismo es una actitud ante la existencia, ante la angustia desesperante de la vida consciente y del desafío vincular. Somos fanáticos porque “no sabemos”, porque nos sentimos “arrojados a la vida” y porque estamos obligados a relacionarnos con los demás. El fanatismo es una patología de la conciencia de dualidad. Una reacción extrema al intolerable sentimiento de estar atrapados en una vida atravesada por la contradicción y el dolor. El fanatismo es síntoma de sufrimiento psíquico.
El fanatismo provee la absoluta convicción de que dios (o la providencia, o la energía del cosmos) está a nuestro favor. El fanatismo nos otorga la convicción de estar inspirados por lo sagrado y nos otorga la misión de derrotar a lo profano. “Fanatismo” y “pro-fano” derivan de la misma raíz: fanum, es decir “templo, espacio sagrado”. En fanatismo nos sentimos “custodios del templo”, militantes de la verdad en batalla contra las falsedades del mundo que velan a lo sagrado.
El fanatismo nos convence de una verdad absoluta que no necesita ser contrastada en el vínculo con los demás. Vemos el mundo tal como lo explica el dogma. No hay contacto con el mundo, sólo con el dogma. El fanatismo, por lo tanto, de un modo inevitable, nos lleva a negar la realidad, a perder libertad y capacidad crítica.
La estruendosa expresión del fanatismo simboliza una afirmación extrema en la vida que aquieta nuestra angustia existencial. El fanatismo nos garantiza vencer a la muerte. La entrega suicida en sacrificio, el cruce deliberado de los límites morales, nos aseguran que ya no habrá duda. La fe definitiva en una verdad es la expiación de toda culpa. Por estar dispuesto “a todo” se arriba a “el paraíso”, a una vida sin sanciones ni remordimientos, sin miedos ni sombras. El fanatismo narcotiza lo que pesa en nuestra conciencia.
El fanatismo justifica la crueldad. El fanatismo es violencia. Atropella la sensibilidad. Festeja el dolor del otro. El fanatismo congela la compasión. Convencidos de “odiar al mal”, transformamos el odio en virtud. El odio en ejemplo de acción justa. El fanatismo ofende a la dignidad humana.
«Polarización» es fanatismo. En polarización pretendemos anular al otro polo. En fanatismo practicamos el exterminio del otro. En fanatismo (y en polarización) necesitamos que el otro desaparezca, que no tenga entidad, que no exista. En fanatismo (y en polarización) necesitamos que el bien triunfe sobre el mal “por toda la eternidad”, que la luz venza a la oscuridad “para siempre”.
No es posible disolver fanatismo sin asumir la «dinámica de la polaridad»: la evidencia de que la realidad se expresa en dos polos que se necesitan y que están en permanente ecualización. Asumir la dinámica de polaridad implica reconocer que nunca vemos totalidades. Nuestra visión particular siempre es fragmentaria. Porque vemos lo que vemos, necesariamente, hay algo que no vemos. Nuestro enfoque, necesariamente, deja algo fuera de foco. Y es la existencia del otro, necesariamente, la que trae aquello que quedó fuera. La entidad del otro me completa. El ser es la gracia del vínculo. Soy lo que veo con el otro.
El fanatismo confunde valor con “prepotencia” y entrega con “desprecio por la vida”. El fanatismo es una distorsión de la pasión. Es la pérdida de discernimiento consciente en beneficio del éxtasis de fundirnos a un dogma que ya nos dice “cómo es todo”. Ya no es necesaria ninguna búsqueda, sólo arrasar la falsedad del mundo y confirmar al dogma verdadero. La visión fanática prevalece por destrucción, no por creación. Es la pasión dominada por la pulsión destructiva. El fanatismo no genera, destruye. No persuade, somete. No acuerda, impone.
El fanatismo nos permite estar convencidos de (y sentir el contacto con) una verdad absoluta, definitiva e incuestionable. En fanatismo no toleramos la libertad del otro, sólo su subordinación a la verdad. El fanatismo aspira a la uniformidad y sanciona los matices. La diversidad es sacrilegio. Es el trágico encanto de consagrar la visión verdadera y la civilización hegemónica. En lo religioso es la guerra santa: la cruzada por el auténtico (y único) dios. En lo secular es la guerra de naciones y de ideologías: la lucha por la tribu superior y la batalla por las ideas ciertas. Las naciones y las ideas como proyección de dios.
El fanatismo excita en el inconsciente el más regresivo arquetipo vincular: el patrón del enemigo. Es el más efectivo para obtener cohesión, compromiso y fidelidad en los clanes humanos. Excitar miedo es propiciar odio. Y el miedo y el odio es el modo más práctico e inmediato para obtener y concentrar poder. Para capturar voluntades individuales se las debe convencer de que están expuestas a grandes amenazas, a riesgos terminales, y que sólo pueden encontrar salvación en la sumisión incondicional al dogma redentor y a sus profetas ejecutores.
De esto se nutren los sistemas religiosos y políticos que aspiran a dominar la conciencia del mundo.
Alejandro Lodi – Noviembre 2015